Neuroderechos: ¿Qué pasa si nuestro cerebro se conecta a una computadora?

El mes pasado Chile se convirtió en el primer país del mundo en reconocer los neuroderechos e incorporarlos a su constitución. A partir de la sanción de la ley de neuroderechos se establece “que el desarrollo científico y tecnológico estará al servicio de las personas y que se llevará a cabo con respeto a la vida y a la integridad física y psíquica”, explica el texto de la ley. La norma “regulará los requisitos, condiciones y restricciones de la tecnología para su utilización en las personas. La norma deberá resguardar, especialmente, la actividad cerebral, así como la información proveniente de ella”.

Para entender mejor esta ley y el impacto que tiene en la vida de las personas, debemos comenzar por entender qué son los neuroderechos.

Los neuroderechos conforman el marco jurídico de derechos humanos destinados específicamente a proteger el cerebro y su actividad a medida que se producen avances en neurotecnología. Cualquier tecnología que registre o interfiera con la actividad cerebral se define como neurotecnología y combinado con el machine learning y los avances actuales podría tener el potencial de alterar nuestra sociedad de manera fundamental.

Este concepto fue desarrollado por la Fundación NeuroRights y su objetivo es proteger los derechos humanos de todas las personas del posible uso indebido o abuso de la neurotecnología.

Quizás esto pueda parecer salido de una película de ciencia ficción, pero lo cierto es que hoy en día ya se están desarrollando tecnologías que interactúan con la mente humana y toda la información y pensamientos allí alojados.

La empresa de neurotecnología más conocida es Neuralink, desarrollada por Eleon Musk. Entre sus proyectos más destacados se encuentra el sensor de Neuralink, una minúscula sonda que contiene más de 3.000 electrodos conectados a hilos flexibles, que pueden monitorear la actividad de 1.000 neuronas cerebrales. El sensor es capaz de recoger en tiempo real información de la actividad cerebral registrada por los sensores y enviarla a una computadora o smartphone para procesarla. El proyecto apunta a tratar distintas enfermedades causadas por desórdenes neurológicos.

Otro ejemplo es el dispositivo cerebral desarrollado por científicos de la Universidad de California para ‘eliminar’ los pensamientos negativos a través de estimulación eléctrica. La investigación publicada a principios de mes demuestra su efectividad en el tratamiento de un paciente con depresión severa.

En estos casos la neurotecnología busca mejorar la calidad de vida de las personas mediante el acceso e interacción con los procesos e información del cerebro. Sin embargo, la capacidad de acceder y manipular un sistema tan crítico como el cerebro puede ser catastrófica si cayera en manos equivocadas.

Para reducir el abuso de la neurotecnología se establecen cinco derechos fundamentales:

  • Privacidad mental: Los ‘datos’ obtenidos la actividad neuronal de una persona son privados y pertenecen a la persona. No se pueden comercializar ni transferir y sólo se pueden almacenar con el consentimiento expreso de la persona. Además, deben ser eliminados ante el requerimiento de la misma.
  • Identidad personal: La tecnología no puede alterar ‘el sentido del yo’ de las personas. Es decir, se debe proteger la identidad de la persona, ya que se podría difuminar la línea entre la conciencia de una persona y los aportes tecnológicos externos.
  • Libre albedrío: Las personas deben poder tomar decisiones libremente y de forma autónoma, es decir, sin manipulación alguna mediada por parte de las neurotecnologías.
  • Acceso equitativo: Las mejoras en las capacidades cerebrales introducidas por la neurotecnología deberán estar al alcance de todos, de manera que no generen desigualdad en la sociedad.
  • Protección contra los sesgos: Las contramedidas para combatir el sesgo deberán ser la norma para los algoritmos en neurotecnología, ya que así se evita que las personas sean discriminadas a partir de los datos obtenidos por la neurotecnología.

Los datos obtenidos por dispositivos con acceso al cerebro podrían ser utilizados para identificar emociones o patrones de conducta y asociarlos con estímulos concretos o incluso interferir o manipular la actividad cerebral de la persona. ¿Cuál sería el impacto del uso de estos datos con propósitos de marketing?

Si hoy en día ya se debate acerca del valor que tiene la información que los propios usuarios vuelcan a las empresas tecnológicas a través de aplicaciones y redes sociales, imaginemos el valor que podrían llegar a tener los datos neurológicos de una persona. Si actualmente se aplican leyes como el GDPR en Europa, LGPD en Brasil o CCPA en California, para limitar y proteger la información digital de las personas, resulta necesario pensar en una normativa que regule también el acceso y manipulación a los datos digitales generados a partir de los pensamientos de una persona.

Sin lugar a duda los avances en neurotecnología no solo dan lugar al debate de nuevos derechos, sino que también presentan grandes desafíos para la seguridad de la información.

En términos de privacidad y seguridad, todavía quedan muchas incógnitas por resolver. Si bien los neuroderechos brindan un marco protector a la integridad e indemnidad mental frente a los avances y capacidades de la tecnología, aún resta llevarlos a la práctica. En este sentido, es necesaria una regulación que proteja con eficacia los derechos de los usuarios de estas tecnologías, prestando especial atención a su privacidad y libertad cognitiva.

Por otro lado, se plantean nuevos desafíos en materia de seguridad informática, ya que tanto los dispositivos neurológicos, como los sistemas que procesen la información obtenida, deben ser cuidadosamente protegidos para evitar que sean vulnerados. Estamos hablando de información sumamente crítica que no tiene precedentes, siendo transferida y procesada por sistemas informáticos. Si tenemos en cuenta la experiencia con dispositivos IoT y la falta de seguridad en muchos de estos dispositivos conectados, el panorama no es muy alentador.

El cerebro será pronto el nuevo espacio de disputa entre las grandes compañías de tecnología y cibercriminales. Además de leyes, necesitaremos de tecnologías de protección robustas que puedan proteger los dispositivos neurológicos y los sistemas a los que estén conectados. Si algo hemos aprendido a lo largo de la historia es que las leyes y la seguridad muchas veces llegan tarde frente a las nuevas tecnologías. En esta instancia, donde reconocer los neuroderechos es el primer paso para proteger la integridad mental de las personas, resulta imprescindible continuar trabajado en la implementación de regulaciones y de medidas de seguridad que permitan garantizar estos derechos, antes de que sea demasiado tarde.


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